¿Por qué sufre así Jesús? ¿Por qué su rostro no brilla con la sonrisa que le caracterizaba?
Su voz se entrecorta, hay lágrimas en sus mejillas… le pide al Padre que si es posible se haga de otra forma.
No es una petición común, usualmente no se le ve pidiendo hacer las cosas de otra manera, pero esta vez es diferente, esta vez sufre más que cualquier otro día en su vida (hasta ese momento). El lugar que lo vio compartir el tiempo y orar tantas veces con sus discípulos, y que le dio descanso de las multitudes que le apretujaban de día cuando enseñaba, esta vez contempla su rostro demacrado, su gesto doloroso, su voz agonizante. Getsemaní - así llamaban al solitario huerto – es el testigo del más grande ejemplo de sumisión. La humildad y la obediencia alcanzaron su más grande expresión en ocho palabras:
“…no se haga mi voluntad, sino la tuya” (Lucas 22:42)
Y es en este lugar donde Jesús toma la decisión de entregarse aun en contra de sus deseos humanos – y bien naturales – de alejarse del sufrimiento. Es aquí, en este huerto donde Dios Padre da una respuesta negativa a la petición de su Hijo, es casi como si lo escucháramos decir “No Hijo, no hay otra forma”. Y Jesús, el Hijo, obedientemente decide poner la voluntad de su Padre por encima de la suya.
Y además de ser el más grande ejemplo de obediencia, la decisión de someterse muestra el deseo de Dios por mostrar su misericordia, mostrar su amor, mostrar su justicia, mostrar su compasión, al mandar a su hijo a morir por la humanidad perdida. El Padre enviando a morir a su Hijo, el Hijo estando en la condición de hombre se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz (Filipenses 2:8).
¿Es amor el del Padre ver agonizar así a su Hijo y al mismo tiempo rechaza su petición de no morir crucificado? ¿Cómo es que el Padre desampara así a su Hijo aún viendo que sufre intensamente en el huerto y pide que sea de otra manera? No es que el Padre no ame a Jesús su Hijo, sino que el precio del pecado tiene que ser pagado. La santidad de Dios sin mancha ha sido ofendida y la gloria de Dios ha de mostrarse sin mancha.
¿No le dolió al Padre ver al Hijo en tan tremenda condición? ¡Por supuesto que sí! ¿No estaría tentado un Padre amoroso que nunca había recibido un solo acto desobediente del Hijo, a sacarlo de ese huerto de una vez por todas y disfrutar de su relación perfecta como antes? Yo creo que sí. Pero el carácter santo y puro de Dios exige que el pecado sea castigado.
El dolor del Getsemaní no dejó de sentirse, la copa amarga estaba a punto de ser bebida por Jesús.
“…no se haga mi voluntad, sino la tuya” (Lucas 22:42)
Getsemaní fue el testigo de a obediencia, de la decisión de morir para rescatar, del amor inexplicable de Jesús por nosotros. De la determinación del buen Pastor para dar su vida por sus ovejas.
¡Qué amor incomprensible! Que Dios pague el precio que yo debía pagar es evidencia de que Él es amor, no solo tiene amor o que ama a alguien sino que Él mismo es amor y la fuente de todo amor. Y por eso amó de tal manera al mundo que prefirió morir en sacrificio perfecto, agradable, sin defecto. A causa de nuestros pecados
Para que todo aquél que cree en él no se pierda más tenga vida eterna (Juan 3:15)
¡Qué noche la que se vivió en aquél callado huerto! Nadie lo vio llorar, nadie lo escuchó agonizando. Sin embargo allí se determinó seguir con el plan trazado desde el principio de la eternidad.
La exaltación de un Dios justo y amoroso. La gloria de un Dios indignado por el pecado que afrenta su santidad, pero dando solución por su misericordia. El honor de un Dios ofendido, pero por su compasión ofreciéndonos rescate...
El rescate de nuestra alma.
Gracias Dios ¡Gracias Señor nuestro! Porque no lo merecíamos, porque nos diste vida en tu nombre. Porque tu sufrimiento es la salvación de muchos. Gracias por sufrir por nosotros.
Jesucristo, a ti la gloria.